El cielo estaba muy gris. Demasiado.
"Parece que va a llover", dije con intención.
Tu coche era una especie de cueva de la que refugiarse de lo que se avecinaba; todo era silencio y, en cierto modo, una situación relajante.
Y quizá por eso, como contraste a otros momentos no tan agradables en mi vida, algunas lágrimas comenzaron a caer por mi cara sin previo aviso. Sólo tengo esa explicación.
Y comenzó a diluviar. Un chaparrón de primavera sobre la noche de Madrid. Caía agua con tanta fuerza sobre el techo del coche que hasta me sentía miedo. Mis lágrimas seguían cayendo, pero nada importaba. Estabas tú conmigo, abrazándome y queriéndome.
Era curioso. Fuera relámpagos y truenos, lluvia y soledad. Dentro tranquilidad y cariño, amor y paz. Te abrazaba con fuerza, te necesitaba. Te necesito. Y tú mientras, ajeno a todo, besabas dulcemente mi brazo; con sumo cuidado, con dedicación, con casi veneración. Yo te besaba en la frente, en el pelo... Era magia. Es magia.
Miré el cielo encapotado. Era un cielo casi de apocalipsis.
- Parece como si se fuera a acabar el mundo - dije con temor.
- Pero sí es así quiero pasarlo a tu lado...
Sin habla me quedé, como muchas otras veces me has dejado.
El cielo ahora parecía un poquito más azul.