Hay momentos en tu vida, instantes, que destacan por encima de los demás. Puede ser simplemente por con quién estás, por cómo huele la comida que tienes delante, por la lluvia que te está mojando el pelo, por la canción que está sonando... Pero el caso es que hay algo en esos precisos instantes que te hace estar realmente bien, sonreír, olvidar todos tus problemas, todo lo que te preocupa y estar muy cerca de la felicidad.
Viví uno de esos momentos este verano en Berlín. Recorríamos el barrio turco de Kreuzberg, situado en el suroeste de la ciudad, paseando por sus pintorescas calles y, al final de nuestro recorrido llegamos al río Spree, concretamente a la altura donde se ensancha uno de sus canales, Landwerhrkanal. Aquí se sitúa una especie de antiguo puerto urbano, Urbanhafen, y en cuyos alrededores, a orillas del canal, se encuentra un inmenso césped salpicado por grandes árboles.
Estaba atardeciendo. El césped estaba repleto de gente que charlaba en pequeños grupos animadamente, que leía un libro o que escuchaba música al suave sol de julio. Nos sentamos entre ellos, cansadas después de una hora paseando y disfrutamos de ese instante.
El sol poniéndose en el horizonte, una temperatura ideal, los pies descalzos sobre el césped, mis amigas, no conocer a nadie allí, nada en lo que pensar... Berlín.
Aunque parezca algo muy simple, es uno de esos momentos que no olvidaré, de los que recordaré siempre. Uno de los momentos que más cerca he estado de la felicidad o, al menos, de la tranquilidad y despreocupación absoluta.
Feliz tarde de domingo